Paso tras paso, Winona Riders parece haber construido una carrera en la que su obra va más rápido que sus propios creadores. A tan solo días de haber dado el show más extenso y ambicioso de su carrera (una maratón de más de cuatro horas en Obras Sanitarias que empezó en la noche de un sábado y terminó entrada la madrugada del día siguiente en un repaso de toda su discografía), la banda de Morón comenzó a deslizar canciones de su paso posterior. Menos de seis meses después, lo que aparecía como una intención es un hecho concreto. Grabado casi con la misma urgencia con la que fue craneado a lo largo de tres jornadas en el estudio a fines de agosto, Quiero que lo que yo te diga sea un arma en tu arsenal vuelve a convertir a las guitarras en el mascarón de proa de un trip narcótico y electrificado que se mueve a paso de gigante.
Bajo la idea de una obra que se desarrolla constantemente y que dialoga consigo misma, la banda que en el disco anterior sentenciaba “El doctor me dice te va a matar. (…) La enfermera sonríe, y el show debe continuar” (“Tiempos de jazz”, de No hagas que me arrepienta), ahora vuelve a recurrir a la misma figura, pero esta vez para pedir la anestesia legal para sobrellevar la existencia en “Dr. Faim”. “Yo no quise empezar a pelear, porque hoy quiero actuar normal y que me vean portarme bien”, canta Ariel Mirabal Nigrelli mientras todo a su alrededor suena oxidado de tanto fuzz y la batería pareciera ser una maquinaria en sus últimos estertores.
De nuevo en su versión más orgánica, esta vez Winona Riders no busca ir por los estallidos sorpresivos ni el pulso anfetamínico de sus brotes más enérgicos (véase “A.P.T (American Pro Trucker”, de su segundo disco, para servirse de ejemplo). Gran parte de Quiero que lo que yo te diga sea un arma en tu arsenal se mueve a velocidad crucero, porque para potenciar el trance el pedal que hay que pisar no es el del acelerador sino el de la distorsión. El mapa para el recorrido tiene en su norte a Jesus & Mary Chain, una referencia explícita en la adopción del latiguillo de Jim Reid (el “Ah hey hey hey” de su manera de cantar) presente en tres canciones, una de las cuales lo lleva también por título, y otra donde aparecen como antídoto ante el presente (“Volviendo del trabajo me doy cuenta que está todo mal. Estoy cansado y solo quiero tocar mirando el piso. Escuchando Jesus & Mary Chain, los días me ahogan y el ruido me salva”).
La pista para descifrar la búsqueda de Quiero que… está en “Hatso!”, un dub acuoso y espeso cuya letra da nombre al disco y que se construye desde un bajo que pendula entre unas pocas notas, como si chocara entre dos paredes. A lo largo de su recorrido, la letra, los sonidos y las repeticiones de los delays a cinta se amontonan, se enciman para converger en un pasaje que le debe más a PiL que a King Tubby y Augustus Pablo. Con esa propuesta como plataforma, Winona Riders se sube a ese andamiaje de psicodelia valvular y espesa para ponerse en protagonista de su propio relato: se hace cargo de la expectativa ajena hacia su obra en “En mi radar” (“Te dicen que hay que salvar el rock and roll, nadie quiere pagar la resurrección”), pero también se anima a reclamar algo a cambio en “Dejalo rodar” (“Mirá mis dedos cuando toco en vivo, yo los lastimo por vos”) antes de sumergirse en un nuevo viaje instrumental proyectado al infinito.
En medio de esa nebulosa química autoinfligida, los chispazos guitarreros sobresalen por oposición. El protopunk de “Ingrid Grudke” y el trip literal y metafórico de “Viajando en el asiento de atrás” (o la banda de sonido correcta para una nueva aventura de Raoul Duke y el Dr. Gonzo) suben la velocidad lo suficiente como para abrirle el camino a “C.D.M.”, que toma del madchester su beat y también el combustible sintético y de diseño con el que mantener su marcha. A la hora del cierre, los Winona parecen fantasear con su propia muerte trágica y poética en “Hinchado y azul” (“Quiero colgar de algún lugar, a siete u ocho metros/ Y que mis pies no toquen el suelo hasta que alguien baje mi cuerpo sin vida”), pero donde muchos verían un epílogo, ellos están viendo solo el paso posterior. El mismo día de la publicación de Quiero que lo que…, sus integrantes comenzaron a compartir posteos con la sigla WR5, dando a entender que su quinto álbum está en camino. Donde muchos encuentran en la salida de un disco el comienzo de una nueva etapa, Winona Riders parece ver solo el cierre de ese proceso para poder abrir uno nuevo.
The post Crítica: Winona Riders – ‘Quiero que lo que yo te diga sea un arma en tu arsenal’ appeared first on Rolling Stone en Español.


