Los principales responsables de poner la expectativa bien arriba fueron los hermanos Gallagher. En entrevistas, mensajes en redes sociales y charlas con colegas y amigos, Liam y Noel se encargaron de dejar en claro que su vuelta a los escenarios, luego de 15 años de distanciamiento y fuego cruzado, encontraría su mejor versión en Buenos Aires. Y ese es el peso que yace hoy sobre los hombros de las 75.000 personas que, minutos antes del comienzo del primero de los dos conciertos sold out en el Estadio River Plate, observan el cartel gigante con el logo de Oasis que completa la sobria puesta en escena y caen en la cuenta de que sí, está pasando. Y que la única opción es hacerse cargo.
Los días previos no hicieron más que agrandar esa expectativa. Noticias de celebridades que viajaron especialmente para ver estos shows, turistas pululando por los barrios de Palermo y San Telmo con la indumentaria oficial —y no tanto— de la gira Oasis Live ‘25 Tour, bandas tributo, reels virales, charlas con periodistas especializados, murales alusivos y un crecimiento exponencial del uso de pilusos. Salvando las distancias, un clima similar al que se vivió hace 30 años, cuando los Rolling Stones visitaron Argentina por primera vez: una manija que se podía sentir en el aire.

Cuando los hermanos Gallagher tocaron por última vez en Buenos Aires, allá por mayo de 2009, también lo hicieron en River. Pero si comparamos aquellas imágenes con la postal de esta noche calurosa de noviembre de 2025, el asunto es completamente distinto. No solo aumentó la capacidad del estadio, sino también la convocatoria de la banda. Los 16 años entre una y otra visita trajeron una refrescante renovación de público y, una vez más, unas ganas inmensas de escuchar en vivo —para muchos, por primera vez— todas esas canciones que nacieron hace varias décadas en Manchester, pero que por alguna extraña razón tienen el pulso justo para volver “locos” (en palabras de Liam) a los argentinos.
Quizás fue toda esa energía junta la que, por unos instantes, amenazó con arruinar la fiesta. El pronóstico de tormenta, que afortunadamente se materializó recién en la madrugada del domingo, obligó a la producción del evento a adelantar media hora el comienzo del show. El público hizo caso y la banda respondió con puntualidad. Después de la apertura de Richard Ashcroft, de The Verve, enfundado en celeste y blanco, a las exactas 20:30 horas se apagaron las luces y comenzó eso que todos habían venido a ver. Para ser justos, lo primero se iluminó fue la cara de Pep Guardiola, la curiosa gigantografía que acompaña a Oasis desde el comienzo de la gira. Luego, hicieron su aparición Liam y Noel de la mano junto al resto de los músicos. Y sin más preámbulos, comenzaron a ejecutar los primeros acordes de “Hello”.

La peregrinación al estadio Monumental había comenzado bien temprano, bajo un sol tremendo que no dio respiro hasta el atardecer. La sensación térmica superaba la línea de los 30 grados y la conclusión era lógica: los hermanos Gallagher tenían que tocar en Buenos Aires precisamente en el día más caluroso de la primavera. Entre vendedores de merchandising no oficial, cerveza y fernet, las chicas y muchachos se divertían haciendo cosplay de Liam, exagerando su caminata altanera e imitando sus balbuceos en ese inglés de cancha y de vereda de pub. A pesar de que en teoría estaba prohibido asistir con remeras de clubes, una decisión cuanto menos extraña para una banda que exuda fútbol, muchos eligieron ir con la casaca de Manchester City. Y otros tantos con la chomba oficial de la gira, de la marca de las tres tiras, el dress code tácito.

Cuando la banda pisó el escenario, ya no quedaba casi nadie en las inmediaciones del estadio. Y el viento, cargado de frescura del río de La Plata, aportaba el alivio necesario antes de la explosión. Ahora sí había que estar a la altura y demostrar por qué se habla tanto del público argentino. A saltar y cantar más que nadie en el planeta. La sensación, desde una de las plateas laterales, es que en el campo delantero podría haber entrado un poco más de gente. Y que en el campo trasero está el agite. Pero en los ojos de los Gallagher solo se ve satisfacción. En “Some Might Say”, la cuarta canción de una lista compuesta únicamente por hits, Liam abre una botella de agua y, como si fuese un cura, se bendice a sí mismo haciendo varias veces la señal de la cruz. Y después de “Cigarretes & Alcohol”, la sexta de la lista, agradece como solo él sabe hacerlo: “That was biblical, man!” (que podría traducirse como “¡eso fue bíblico, loco!”).

Es difícil identificar los picos en un show cargado de clásicos, pero hay momentos en los que se nota mucho más ese apetito voraz por hacer pogo. Es lo que ocurre, por ejemplo, en el estribillo de “Roll With It”, la novena canción de la lista, que no bien termina desata el primer “olé, olé, olé, cada día te quiero más…” de la gente. Un hito oportuno que llega justo antes “Talk Tonight”, “un tema para las chicas”, como dice Noel, que toma por primera vez el protagonismo para la sección fogón de la noche, que suma sección de vientos en “Half the World Away” y concluye con “Little by Little”, otro de los estribillos que había muchas ganas de cantar.
Hablando de estribillos, en el de “Stand By Me”, ya en la segunda mitad del concierto, Liam directamente no canta, hace “topo gigio” y se dedica a escuchar a su gente. Y más adelante, en “Live Forever”, se da vuelta para ver en las pantallas la imagen de Diego Maradona, en uno de los momentos más especiales del show, y ofrendarle sus armas más preciadas: sus maracas y su pandereta. Cuando termina la canción, se desata un incontenible “¡Diego, Diego!”, justo en la cancha de River. E inmediatamente después, en un gesto que tiene muchísimo sentido, comienza “Rock and Roll Star”.

La única pausa del show dura apenas dos minutos. Los músicos se retiran del escenario y vuelven enseguida para tocar los últimos cuatro temas. Todos saben cuáles son, no hay misterio ahí, y tampoco lo hubo en toda la noche. Oasis volvió a Argentina para revivir un ritual prácticamente sin sorpresas, pero incluso más grande que el de sus visitas anteriores. Y así tenía que ser. Dos horas exactas de éxitos sin demasiado palabrerío ni demoras. Primero, “The Masterplan”. Luego, “Don’t Look Back In Anger”, el momento-celular por excelencia. Después, la gigantesca “Wonderwall”. Y el cierre con fuegos artificiales a cargo de “Champagne Supernova”. Las palabras previas de Liam lo dicen todo: “Gracias por estar durante tanto tiempo y por bancar a esta banda”. Gracias a ustedes, responde el público en forma de pogo, por volver a juntarse arriba de un escenario. Esperamos haber estado a la altura.
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