Desde que irrumpió en la blogosfera indie hace dos décadas, la mayor fortaleza de Lily Allen ha sido su voz: una soprano etérea capaz de transmitir desdén con una forma de cantar en la que hasta se pueden percibir sus gestos de fastidio e incredulidad. Esto le ha ayudado a destacar incluso al cambiar de género musical o al haber tenido que lidiar con el escrutinio de la prensa, los problemas con las discográficas, las disputas entre artistas y los conflictos en su vida personal.
El estrés en el ámbito doméstico es el tema central de West End Girl, el primer disco de Allen desde No Shame, nominado al Mercury Prize en 2018. También es su primer lanzamiento desde que se casó y se separó de la estrella de Stranger Things, David Harbour, un dato relevante dado que toda la narrativa del disco sigue el viaje de su protagonista desde la felicidad conyugal hasta lo contrario.
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El álbum comienza con la canción que le da título, un lujoso tema sophisti-pop estructurado como la secuencia inicial de una película de terror: Allen se deleita al principio con la lujosa vida doméstica que se vislumbra en su horizonte, pero luego se sumerge de lleno en el fango del ego herido de su pareja, quien la manipula psicológicamente con comentarios sobre su talento como actriz y luego le lanza una bomba sentimental que no se oye, pero que claramente la ha destrozado. Las cuerdas se desenvuelven con fervor creciente, coincidiendo con su confusión y ansiedad. ‘Ruminating’, tema que le sigue, revela la petición de su pareja —quiere abrir su matrimonio— y distorsiona la voz de Allen sobre un tenso ritmo de dos tiempos, convirtiendo su mente en un club que nunca cierra y donde sus ansiedades sobre las actividades extramatrimoniales de él son la atracción principal.
Allen siempre ha tenido un estilo musical transversal, y esa actitud encaja muy bien con el espectro emocional de West End Girl, en donde las etapas del dolor de la relación y la humillación personal se reflejan en la música que la rodea. ‘4chan Stan’ —una descripción mordaz de la crisis de la mediana edad de su pareja— es un tema de synth-pop que recuerda el tipo de música con la que podría haber crecido alguien que acaba de cumplir 50 años, y su ligereza hace que sus críticas líricas (“Te encanta todo el poder/Pero ni siquiera eres guapo”) sean aún más contundentes. La artista rompe el esplendor del Wall of Sound de ‘Tennis’ con “Y, ¿quién es Madeline?”, una pregunta que, a medida que avanza la canción, se vuelve más tensa e importante para la trama de disolución matrimonial del álbum. Al final, la pregunta se convierte en un verso que se niega a salir de la cabeza de Allen. ‘Beg For Me’, donde relata el dolor que siente por la indiferencia de su ex pareja, pone sus emociones en primer plano mientras una versión ralentizada de ‘Never Leave You (Uh Oooh, Uh Oooh)’ de Lumidee resuena detrás de ella.
Allen declaró al medio The Times of London que escribió West End Girl en diez días, tras obligarse a salir de un estado depresivo y encerrarse en el estudio a finales del año pasado. “Pensaba que ya no me quedaban buenas canciones”, declaró al periódico británico. “Mi escritura había sido realmente mala y tuvo que pasar algo en mi vida, que todo explotara, para que pudiera decir: ‘Oh, aquí está’”. Quizás por eso la última canción de West End Girl, ‘Fruityloop’, gira en torno a una frase —“No soy yo, eres tú”— que referencia directamente a los primeros años de Allen, ya que es el título de su álbum de 2009 que consolidó su estatus de estrella del pop. Gran parte de West End Girl la muestra haciendo un inventario brutal de las cicatrices que acumuló mientras su matrimonio se desmoronaba, y no podría tener un final más feliz que uno en el que ella comienza a recordarse a sí misma quién podría ser.
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